jueves, 15 de septiembre de 2011

Hágalo usted mismo II

La segunda versión del hágalo usted mismo viene con el mismo poema un poco retocado. Necesito de nuevo que me lo revienten, por favor.

Has sembrado demonios en mi cuerpo
Y temo despertarlos.

Me dejaste uno en la pelvis
donde eras mil hombres
ocultando su identidad,
exquisitez de humo
que devoraba a tientas,
ignorancia y éxtasis.

Y sé que debería despertarlo,
ceder el fuego a voluntad
con los ojos abiertos,
despertar con mis manos
el fragor de la batalla,
esculpir la quietud en sus cuerpos,
ser amazona en penumbra.

Me dejaste uno en la lengua
para matar tu silencio
como un puente sin sentido,
para guardar las palabras
de mi escudo y bandera,
para no descorrer con saliva
la sucia intimidad.

Y sé que debería despertarlo,
arar tu camino de trincheras,
usar nuestras voces reubicadas
en detrimento del pasado,
blasfemar y pronunciarte en vano.

Me dejaste uno en las cejas
para cambiar los hemisferios,
imponerme tu ceguera
en unos ojos ya cansados,
subir tu niebla a mi tálamo,
que bajara a mi tráquea,
olvidarme de gritar.

Y sé que debería despertarlo,
repasar tus andares,
repetir el discurso,
llevar el alfil al A4
y destrozar el tablero.

Me dejaste uno en las piernas,
para que se pusieran duras,
sudar en los gimnasios,
en las duchas y el autobús,
subir el sujetador una talla.
Femme fatale a medida.

Y sé que debería despertarlo
no al demonio
sino a la mujer
que se acaricia los muslos,
que se compra bikinis
cada vez más pequeños,
que se pone camisetas claras
sin sujetador.

La misma que tiene las cartas
extraviadas de la guerra,
que guarda como cicatrices
tan sólo tu memoria,
que advierte el presente
en la resurrección de su carne,
y sostiene su conciencia
por encima de tus pecados.

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